Inicio Capítulo 4 eBook EL REMANSO DE LOS CUERVOS
Extracto:
EL REMANSO DE LOS CUERVOS
CAPÍTULO 4
DÍA DE INVESTIGACIÓN: Martes 10
Al siguiente día cuando el agente Peralta se presentó de nuevo en mi cuarto pude verlo ojeroso, cansado y al parecer no se había aseado. Por un momento pensé que eso se debía a mi comentario del día anterior y me agradó la sensación.
Ya éramos dos los «mal dormidos» aunque si él no pudo pegar el ojo fue debido a sus demonios. Pero yo por mi parte pasé la noche revisando los resultados de los análisis clínicos de Yuliana. Algo no me había dado buena espina.
–¿Tiene algo? –me dijo Peralta al momento de abrirle la puerta.
– No.
–Lo sabía esto es una reverenda pendejada.
–Sí no me quiere en el caso, ¿para qué insiste en que me quede?
–No se trata de lo que usted quiere Loquero ni mucho menos de lo que yo quiera. Confórmese con saber que a usted lo quieren en el caso...
–¿Quién? ¿El gobernador?
–Sí usted tiene secretos, mismos que no me importan yo también tengo los míos...
–¿Por qué no nos hacemos un favor? yo regreso a mi vida y usted consigue otro doctor... tal vez a uno del psiquiátrico.
–No lo comprende, ¿verdad? Su pequeño cerebro universitario no lo puede procesar aún... Está bien allí le va universitario lento... Hace dos meses de los crímenes del doctor Villarreal y de Ramón, y Yuliana no había querido hablar con nadie... en dos meses le he llevado varios psicólogos pero ninguno logró lo que usted... que la muchachita hablara aunque fue aquel sin sentido del primer día.
Entonces todo su alegato me hizo guardar silencio; eso y el mote con el que él me había nombrado «Universitario lento»; mismo que me hizo recordar de nuevo y casi de manera automática al doctor Ruiz-Velarde, y una plática que había tenido con él; en la cual el doctor me llamaba de la mima forma y tal vez con la misma connotación de desprecio; con las mismas ganas de llamarme inútil. Era raro, era la segunda vez que recordaba al doctor.
Después de ese extraño momento recompuse. Pensé que el policía podía estar mintiendo para mantenerme en el caso, pero luego comprendí que él más que nadie me quería lejos de la investigación así que descarté la mentira. Ni hablar, las circunstancias dictaban que todo debía de ser de un modo que ni el agente ni yo queríamos. Debíamos soportarnos el uno al otro.
–Aún así renunció Peralta, a mí no me importa ni el caso ni nada de este asunto.
–Mire sí usted se larga a su cajita de cristal y a su mundo de excentricidades a mí me da igual, pero debe de saber que quién lo recomendó me dijo que sí usted botaba todo al caño, se hablará de la incapacidad e incompetencia tanto suya como de la mía frente a los medios... y adivine quienes perderán.
Iba a gritarle al agente que me dijera el nombre de quien estaba chantajeándome cuando éste se dio la vuelta y me dejó con la palabra en la boca. Cuando Peralta iba a subir al auto me musitó que no se trataba del gobernador.
A regañadientes subí al coche y nos dirigimos al Santa María.
Antes de entrar a la habitación de Yuliana, Peralta me iba a hacer su ridícula recomendación frente a Larrea que nos esperaba en la entrada.
–Doctorcito pele bien los ojos y...
–Ya lo sé, ya lo sé... –le refunfuñé. Ahora yo lo había dejado con la palabra en la boca.