Consejos a un escritor. A. Chéjov. Selección de 3 cartas

Antón Chéjov A Dmitri V. Grigoróvich Moscú, 28 de marzo de 1886
Su carta, mi querido y buen bienhechor, me ha impactado como un rayo. Me
conmovió y casi rompo a llorar. Ahora pienso que ha dejado una profunda
huella en mi alma. [...] Todas las personas cercanas a mí siempre han
menospreciado mi actividad de escritor y no han cesado de aconsejarme
amistosamente que no cambiara mi ocupación actual por la de escritor.
Tengo en Moscú cientos de conocidos, entre ellos dos decenas que
escriben, y no puedo recordar ni a uno sólo que haya visto en mí a un artista.
En Moscú existe el llamado “círculo literario”. Talentos y mediocridades de
cualquier pelaje y edad se reúnen una vez por semana en el reservado de un
restaurante y dan rienda suelta a sus lenguas. Si fuera allí y les leyera una
parte de su carta, se reirían de mí. Tras cinco años de deambular por los
periódicos he logrado compenetrarme con esa opinión general de mi
insignificancia literaria. En seguida me acostumbré a mirar mis trabajos con
indulgencia y a escribir de manera trivial. Esa es la primera razón. La
segunda es que soy médico y siento una gran pasión por la medicina de
modo que el proverbio sobre las dos liebres [“El que sigue dos liebres, tal
vez cace una, y muchas veces, ninguna”] nunca quitó tanto el sueño a nadie
como a mí. Le escribo todo esto sólo para justificar un poco ante usted mi
gran pecado. Hasta ahora he mantenido, respecto a mi labor literaria, una
actitud superficial, negligente y gratuita. No recuerdo ni un solo cuento mío en
el que haya trabajado más de un día. El cazador, que a usted le gusta, lo
escribí en una casa de baños. He escrito mis cuentos como los reporteros
que informan de un incendio: mecánicamente, medio inconsciente, sin
preocuparme para nada del lector ni de mí mismo... He escrito intentando no
desperdiciar en un cuento las imágenes y los cuadros que quiero y que,
sabe Dios por qué, he guardado y escondido con mucho cuidado.
[...] Disculpe la comparación, pero ha actuado en mí como la orden
gubernamental de “abandonar la ciudad en 24 horas”, esto es, de pronto he
sentido la imperiosa necesidad de darme prisa, de salir lo antes posible del
lugar donde me hallo empantanado... Estoy de acuerdo en todo con usted. El
cinismo que me señala, lo sentí al ver publicado La bruja. Si hubiera escrito
ese cuento no en un día, sino en tres o cuatro, no lo tendría... Me libraré de
los trabajos urgentes, pero me llevará tiempo... No es posible abandonar el
carril en el que me encuentro. No me importa pasar hambre, como ya pasé
antes, pero no se trata de mí. Dedico a escribir mis horas de ocio, dos o tres
por día y un poco de la noche, esto es, un tiempo apenas suficiente para
pequeños trabajos. En verano, cuando tenga más tiempo libre y menos
obligaciones, me ocuparé de asuntos serios. No puedo poner mi verdadero
nombre en el libro, porque ya es tarde: la viñeta ya está preparada y el libro,
impreso. Mucha gente de Petersburgo me ha aconsejado, antes que usted,
no echar a perder el libro con un pseudónimo, pero no les he hecho caso,
probablemente por amor propio. No me gusta nada mi libro [Cuentos
abigarrados se publicó bajo el pseudónimo de Antosha Chejonté]. Es una
vinagreta, un batiburrillo de trabajos estudiantiles, desplumados por la
censura y por los editores de las publicaciones humorísticas. Creo que,
después de leerlo, muchos se sentirán decepcionados. Si hubiera sabido
que usted me lee y sigue mis pasos, no lo habría publicado. La esperanza
está en el futuro. Sólo tengo 26 años. Quizás me de tiempo a hacer algo,
aunque el tiempo pasa deprisa. Le pido disculpas por esta carta tan larga.
[...] Con profundo y sincero respeto y agradecimiento,
Antón Chéjov